Hay que ser demócrata antes que socialista


Dice una buena amiga, jurista de formación y profesión, que, en momentos como este, preferiría no saber derecho, así los desafueros dolerían menos. También sería mejor para el espíritu desconocer la historia de España. En estos días oscuros, mi mente evoca recurrentemente la proclama que un sujeto infame lanzó el 10 de marzo de 1820: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional". Después, hizo lo que hizo. Dos siglos más tar

Dice una buena amiga, jurista de formación y profesión, que, en momentos como este, preferiría no saber derecho, así los desafueros dolerían menos. También sería mejor para el espíritu desconocer la historia de España. En estos días oscuros, mi mente evoca recurrentemente la proclama que un sujeto infame lanzó el 10 de marzo de 1820: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional". Después, hizo lo que hizo. Dos siglos más tarde, apareció un epígono.


1. Estoy contra la amnistía porque es extrajurídica y anticonstitucional. Lo saben sus promotores y quienes la votarán en el Parlamento cometiendo perjurio. En una democracia normal, esto debería bastar y el artículo terminaría aquí. Pero desde que se implantó el uso alternativo del derecho como método de gobierno, la vulneración del principio de legalidad ya no parece ser motivo suficiente para repudiar una decisión política.

La amnistía es extrajurídica porque nada en ella responde a esta acepción del vocablo 'ley' en el diccionario de la RAE: "Precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados".

Este precepto no ha sido dictado por la autoridad competente, salvo que se considere así a un presunto delincuente reclamado por los tribunales. Tampoco está en consonancia con la justicia, puesto que ataca frontalmente a quienes la encarnan. Y resulta imposible encontrar en ella algo que guarde relación con el bien de los gobernados: persigue más bien el provecho inmediato de un gobernante venal. Está llamada a operar como instrumento de desgobierno, como tardaremos poco tiempo en comprobar.

Es doblemente anticonstitucional: porque violenta la voluntad del constituyente y porque sirve a un designio de vaciamiento progresivo de la Constitución por la vía de hecho. Si la amnistía de 1977 fue un requisito para hacer viable el pacto constitucional, la de 2023 es un paso preliminar para quebrarlo.

2. Estoy en contra de la amnistía porque es deliberadamente unilateral, excluyente y cismática. Lejos de contribuir a la concordia, como trapacean los cínicos, sembrará la discordia en todo el país, incluida Cataluña. De hecho, aún no ha nacido y ya lo está haciendo. Provocará la agudización insoportable de un combate político cerril y sectario. Su aplicación desencadenará un choque institucional generalizado: el Gobierno central contra los autonómicos, el Gobierno y el Parlamento contra los jueces, el Tribunal Supremo contra el Constitucional, el Congreso contra el Senado... Será la primera ley de la legislatura y la marcará a fuego de modo irreparable.
No ya en el horizonte, sino en la realidad presente, emerge la peor crisis que puede darse en España: una crisis de convivencia. Estoy contra la amnistía porque nos impide hablar con amigos de toda la vida sin poner en peligro la relación personal. Laura Borràs, exultante, lo explica mejor que nadie: "El conflicto ha dejado de ser entre catalanes; ahora el conflicto es entre españoles". Falso lo primero, cierto lo segundo. En todo caso, línea y bingo para su causa disgregadora.

3. Estoy en contra de la amnistía porque no sólo no arreglará el sedicente "conflicto catalán", sino que, junto con las metódicas medidas anteriores de indefensión del Estado, deja el camino expedito para una segunda versión del procés secesionista con mayor probabilidad de éxito, contando con la lenidad del Gobierno. Y más pronto que tarde, otro socio de Sánchez pondrá sobre sobre la mesa un nuevo presoak kalera.

4. Estoy en contra de la amnistía porque tengo la convicción de que, desde el asalto de 2017, el Estado de Derecho en España lo vienen sosteniendo fundamentalmente el Poder Judicial y el jefe del Estado, y no me gusta ver al primero maniatado y al segundo humillado.

5. Estoy en contra porque hay que ser demócrata antes que socialista, y no acepto que una persona pretenda controlar a la vez el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial. Porque no veo progresismo, sino involución. Porque no existe la necesidad y mucho menos la virtud.

6. Finalmente, estoy en contra por equidad en el debate. Si se da por buena la idea abusiva de que mantener a Sánchez en el Gobierno justifica sacrificar cualquier cosa por valiosa que sea, reclamo que se admita invertir el argumento: sacarlo de la Moncloa es imprescindible para la higiene de la democracia y, por tanto, aquello que busque reforzar su poder debe tomarse de entrada como una amenaza para el procomún.